La variante populista de la “enfermedad holandesa” en Venezuela, por Francisco J. Contreras M.

La variante populista de la “enfermedad holandesa” en Venezuela, por Francisco J. Contreras M.

Francisco J Contreras M.- Durante el decenio de los sesenta del pasado siglo, el descubrimiento de grandes yacimientos de gas en el Mar del Norte se tradujo en un aumento considerable de los ingresos de los Países Bajos. El florín se apreció, aumentando su tasa de cambio frente a otras divisas. El que la moneda nacional se aprecie se tradujo también en una pérdida de competitividad de las exportaciones no relacionadas con la energía fósil, de manera que el sector tradicional exportador (en Venezuela el sector petrolero) no deja posibilidades para el desarrollo de otros sectores de exportación.

Lo que llama la atención es que en Venezuela llamen al fenómeno “Enfermedad Holandesa”, igual que en el resto del mundo. Decimos esto porque en Venezuela por los años treinta ya Alberto Adriani lo había anticipado y Arturo Uslar Pietri lo publicó cuando escribió una sentencia que todavía retumba en los oídos de muchos sin saber por qué: “Hay que sembrar el petróleo” , y esto fue lo que hicieron los gobernantes de los países bajos, sin haber consultado a los expertos, reiteramos “sembraron el petróleo”, tal como lo aconsejaron Adriani y Uslar.

Pensamos, que es un error asociar los males públicos del país con los vaivenes del negocio petrolero. Pues no, ha sido responsabilidad exclusiva de los gobernantes, el nefasto uso de los proventos derivados del petróleo, desde el inicio de la era petrolera, con la excepción de los años que median entre 1937 y 1948, en cuando al progreso económico y bienestar alcanzado en país y con la excepción en cuanto al mantenimiento de las instalaciones petroleras en el período que va desde 1959 hasta 1999.

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Es triste que el mundo llame mal holandés a algo que fue diagnosticado treinta años antes por nuestros venezolanos, y que el tributo de las prescripciones se le acrediten a Warner Max Corden y J. Peter Neary, cuando cincuenta años antes esos mismos pensadores venezolanos lo hicieron en nuestro país.

Eso que se llama “Mal holandés” ha existido en nuestro país en su formato populista. En el ámbito de la Gerencia Pública, lo más destacado ha sido doblegar a los pobres con dádivas y no como debe ser a través del empoderamiento que les proporcione capacidades para decidir sus vidas. Igualmente, hacia el sector privado con prácticas proteccionistas y ayudas financieras sujetas a la relación con el poder político y con el poder económico que lejos de promover el emprendimiento fomentan una cultura de extracción de rentas. Lo más preciado y premiado ha sido la pertenencia a algún grupo y la posibilidad detentar algún cargo administrativo o de autoridad. Todo ello se explica en ese “laizzer faire, laizzer passer” que rodea al ejercicio discrecional del poder público. Es el uso de esos recursos con el propósito de la compra de conciencias a través de un falso asistencialismo y de una desviada promoción de lo privado para la perpetuación en el poder, estas son las verdaderas fuentes del mal holandés en Venezuela.

Es una media verdad que el sector exportador se ve afectado por el mantenimiento de una paridad cambiaria adversa, pues existe otra media verdad de un estado asistencialista que promueve el mercantilismo contra el espíritu emprendedor en el sector privado, que lleva el clientelismo sectario en sus entrañas. Menos mal que existe mundo y algunas formas de valor no son controladas por el Estado, al menos hay reconocimiento al talento de muchos venezolanos que no se pueden confiscar, ni son expropiables y, sobre todo, no dependen de la adscripción alienada a un presidente, a un gobernador, a un alcalde, a un Mercader.

Hay que retomar el debate sobre la enfermedad holandesa en Venezuela. Más allá de lo político y lo ideológico no parece que la administración de dicho recurso haya superado con resultados el legado del “Programa de febrero de 1936”. Desde la participación en regalías e impuestos por el uso de un recurso propiedad del Estado, pasando por la nacionalización, por la apertura y ahora con el socialismo del siglo XXI, no hemos tenido logros, se sigue siendo el mismo país que compra en el mercado internacional casi todo. También, es necesario el análisis de la empresa estatal PDVSA que, sin mejorar sus capacidades desde 1965, en términos gerenciales, de progreso técnico, de creación de riqueza mantuvo su excelencia hasta la llegada del socialismo del siglo XXI.

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Hay excepciones en países con cuantiosos recursos naturales que superaron la maldición de la abundancia: Australia, Canadá, Finlandia, Noruega, Nueva Zelanda y Suecia. O, como lo vienen intentando durante los últimos decenios, países como Costa Rica, Chile, Malasia, Mauricio y Botswana. La regularidad en estos procesos está en una fuerte convicción cívica que impide ceder a la tentación del uso de esos recursos con fines esencialmente políticos, a través de formas de legitimación electoral. Es el Estado al servicio de la gente y no al revés, la clave de éxito.

Se sigue hablando de la Enfermedad Holandesa en Venezuela, y el verdadero problema es que se sigue creyendo que los objetos y las cosas poseen atributos morales[2], cuando estos corresponden a los humanos, así se plantea que el petróleo, estiércol del diablo, es la fuente de las desgracias de este país, ¡pues no! , está en la propia gente, en los venezolanos. Tampoco el origen está en los líderes que han dirigido este país, ellos simplemente han aprovechado la oportunidad que brinda un pueblo cuya cultura, por alguna razón, esta imbuida de inmediatismo, amante de la retórica, y con valores poco propicios para el desarrollo de la ciudadanía.

Cuadro de Hipótesis: La posesión de recursos que no son productos del trabajo, con cualificación rentística, sume a los pueblos en una suerte de maldición de abundancia.

  • Tesis I: La renta petrolera ha desbordado la capacidad de absorción de capital de la economía venezolana: La estrechez del mercado estableció límites a la expansión industrial, la sobrevaluación del bolívar, con el cierre del mercado externo, se erigió en obstáculo al desarrollo. Venezuela, por las dimensiones de su mercado interno, a nivel de formación de precios, está constituida por oligopolios técnicamente inevitables. Tanto el cierre al sector externo como la apertura sin regulaciones son extremos y no pueden ser la guía para la instrumentación de políticas económica.
  • Tesis II: El ingreso intermitente y masivo de divisas lleva a una sobrevaluación del tipo de cambio y a una pérdida de competitividad, lo que perjudica al sector transable. Al apreciarse el tipo de cambio real, los recursos se reasignan desde la manufactura hacia los segmentos no transables y a la rama primario-exportadora en auge. Esto distorsiona la estructura de la economía al distraer los fondos que podrían dirigirse a los sectores que propician más valor agregado, empleo, progreso técnico y efectos de encadenamiento.
  • Tesis III: Esa abundancia de recursos externos, alimentada por los flujos que generan las exportaciones y los créditos fáciles, lleva a un auge temporal del gasto e inversión improductiva: generalmente significa un desperdicio de recursos que impulsa la sustitución de productos nacionales por importados. Más grave aun cuando es el Estado el administrador de los sectores con ventaja comparativa de costos, porque los incentivos perversos operan a favor del deseo de perpetuidad en el poder de quienes lo detentan, a costa de los intereses del propio país.
  • Tesis IV: La explotación de los recursos naturales no renovables en forma de enclaves crea poderosos Estados empresarios dentro de débiles Estados Nación. Una regularidad en los países con poco éxito en la administración de la abundancia es que dan lugar a Gobiernos Empresarios, con un Estado de débiles instituciones. De los fallos del mercado pasamos a los fallos del ejercicio del poder sin límites, ni contrapesos.
  • Tesis V: El problema radica en los gobiernos, los empresarios e incluso la ciudadanía de nuestros países con mal desarrollo: no han sido capaces de idear las políticas económicas y las reformas legal-estructurales requeridas, ni se ha podido conformar las alianzas y los consensos necesarios para aprovechar las enormes potencialidades y asegurar la transición de economías dependientes hacia economías autosustentables, con integración nacional y mercado interno; en suma, hacia sociedades más justas y equilibradas.

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