La Nación Fingida, por Arturo Uslar Pietri

La Nación Fingida, por Arturo Uslar Pietri

Arturo Uslar Pietri.- Construida con el petróleo transitorio de alza en Venezuela una nación fingida. De calidad tan transitoria como el petróleo con que está construida su apariencia. No más verdadera que una decoración de teatro.

Es como si con el dinero abundante y transitorio del petróleo hubiéramos levantado sobre la fisionomía de la verdadera Venezuela costosos telones, efectos de cartón y reflectores, panoramas de brocha sobre papel que van a deshacerse pronto a la intemperie. Por sus huecos y desgarrones, cuando pase el maná petrolero, volverá a asomar trágica la Venezuela verdadera, la pobre, la que olvidamos oculta por la bambalina pintada.

El petróleo no nos ha servido para transformar la nación real sino para disfrazarla. Es como el caso de esos amigos ricos que invitan al amigo pobre a una costosa orgía, lo emborrachan, lo deslumbran, y al día siguiente lo vuelven a regresar a su pobreza. Una pobreza que va a saberles peor que antes. Hemos disfrazado con dinero petrolero la verdadera Venezuela y nos hemos contentado con levantar a mucho gasto la apariencia de una nación fingida.

La nación real, la Venezuela verdadera, sigue siendo la misma debajo de las vanas decoraciones brillantes, debajo de las construcciones de cartón. Hay que repetirlo porque es la verdad más importante para nuestra hora. Por debajo del oropel petrolero, de la balumba de baratijas costosas que compramos con petróleo, la verdadera Venezuela sigue siendo tan pobre como antes del petróleo. La verdad es que más pobre todavía, porque antes del petróleo había un equilibrio entre su vida y su pobreza, y ese equilibrio está hoy en día roto de un modo irremediable. Hay una insalvable distancia entre la pobreza inalterada de la verdadera Venezuela, y el alto nivel de vida artificial que hoy estamos teniendo gracias al petróleo.

No hay exageración en decir que hemos utilizado el petróleo para construir una nación fingida. La apariencia de una nación. Todo lo exterior, vistoso y resonante, sin nada de lo interior, sólido y verdadero. No hemos utilizado el petróleo para levantar nuestra riqueza permanente, sino para gastarlo en fruición, goce, despliegue, comodidad, apariencia.

La Venezuela verdadera es sustancialmente la misma nación pobre de 1906. Una nación de bajo nivel de vida, poblada por dos millones de habitantes, dedicados a la agricultura y a unas pocas industrias extractivas, que vivía en modestia casi pobre de lo que producía, del maíz, las caraotas, los plátanos y la carne, que exportaba café, cacao, pieles y otros productos por valor de unos veinte millones de dólares, y con esos dólares pagaba las limitadas importaciones que podía hacer.

Esa situación no ha cambiado. Seguimos produciendo los alimentos esenciales para no más de dos millones de habitantes. Seguimos exportando productos nacionales por no más de veinte millones de dólares. Y sin embargo el Estado gasta más de dos mi l millones de bolívares al año, importamos más de mil millones de bolívares anuales en toda clase de mercancías especialmente de lujo. En la más modesta casa hay una radio y una refrigeradora. Los lujosos automóviles no caben en las calles de Caracas.

Lo que pasa es que, no habiendo cambiado la capacidad real de producir riquezas de la nación, no habiéndose modificado la verdadera base de su economía, el petróleo, el transitorio petróleo, como un dinero llovido del cielo nos ha permitido todos estos lujos. En el fondo somos como u hombre que vive de prestado. Nuestra capacidad de producir riquezas no se ha modificado para permitirnos asar más allá del plato de caraotas, la alpargata y el caballo de silla, pero el maná petrolero nos permite olvidarnos de eso, no ver la realidad, y construir rascacielos, volar “Constellations”, y comer huevos americanos, carne argentina, azúcar cubana, frijoles antillanos. Todo es artificial, porque todo eso no es sino un don transitorio del petróleo transitorio. Artificial porque no hemos sabido transformarlo paulatinamente en realidad permanente del país. No sólo artificial, sino más bien artificial todos los días. La política petrolera del actual régimen, cuyo efecto más visible es la inflación interior, no ha hecho sino agudizar el carácter artificial de la vida económica venezolana. El actual régimen con su política económica y administrativa ha sido el más eficaz constructor de la nación fingida.

Para poner a la vista la condición artificial de nuestra vida actual bastan pocos rasgos. Pocos rasgos que es fácil advertir y que yo quisiera grabar en la mente de todos los venezolanos. El primero es nuestra capacidad productiva propia, que es la única riqueza estable sobre la que se puede fundar una nación sólida y verdadera, no ha aumentado sensiblemente desde la época en que no teníamos petróleo. El segundo es que la riqueza petrolera y la política financiera del gobierno combinados han creado en Venezuela un fenómeno peculiar que se refleja en el siguiente hecho: inflación interior con altos precios y bajo poder adquisitivo de la moneda, y abundancia de divisas baratas con alto poder adquisitivo exterior. Es decir, un plano inclinado que lleva a no producir nada y a comparar en el exterior con petróleo todo lo que necesitamos para mantener un nivel de vida artificial. El tercero de los hechos es que el petróleo no es una riqueza permanente y reproductiva, sino un capital que estamos consumiendo sin reproducir. Una riqueza transitoria. Un bienestar prestado y fugitivo. Amenazado no sólo por la segura posibilidad de su extinción en un futuro, sino también por la probable ocurrencia de que nuestros crecientes costos hagan antieconómica la producción de petróleo, como ya han hecho antieconómica la producción de los demás bienes; o de que se lleve a cabo el plan de producir petróleo sintético del carbón a gran escala en los Estados Unidos, o por último, de que se comienza a utilizar con fines industriales la energía atómica, lo que les mayores autoridades científicas creen posible en un lapso no mayor de veintiocho años.

El hecho final, que quiero destacar y que los resume a todos, es que el petróleo sustenta hoy la casi totalidad de la vida venezolana. Ha enterrado bajo apariencias de riqueza la Venezuela verdadera. Y dependemos de él de la manera más absoluta y trágica. Un solo hecho servirá para pintar la magnitud de esta dependencia. En el sentido más material de la palabra vivimos de la importación. Importamos casi todo lo que necesitamos para vivir. Si la importación se detuviese no tendríamos ni con qué vestirnos, ni con qué comer, ni con qué transportarnos, ni con qué curarnos. Pues bien, el año de 1947 Venezuela gastó 464 millones de dólares para pagar principalmente importaciones. Esos 464 millones de dólares provenían de 442 millones de dólares aportados al mercado por las compañías petroleras y 22 millones producidos por la exportación propia y todas las demás actividades económicas venezolanas. Nuestra vida se financió en 1947 en un noventaicinco por ciento con transitoria riqueza petrolera y en un cinco por ciento con la exigua riqueza permanente de la verdadera Venezuela.

Pero es que la realidad es todavía peor. No sólo somos una nación fingida. También ese cinco por ciento de la verdadera Venezuela, de la pobre Venezuela, está desnaturalizado. No es una nación artificial que se ha superpuesto a una nación real, es una actividad transitoria absorbente que ha hecho artificial la existencia de toda la nación.

Basta pasar revista a los hechos más salientes para comprenderlo.

Toda nuestra agricultura es hoy artificial. Las caraotas y el maíz son tan artificiales como los aviones de la Línea Aeropostal. Son artificiales porque sus costos son artificiales. No están determinados por los por los costos mundiales. Suben por capricho de quienes controlan el dispendio de la riqueza petrolera convertida en bolívares. No puede ser maíz lo que se vende a cuarenta bolívares. Nadie ene l mundo compra maíz a ese precio. Es un producto artificial hecho para un mercado artificial, sostenido, como la bola de un prestidigitador, sobre un chorro de petróleo.

La industria es también artificial. Nuestros costos crecientes sobrepasan como torres los costos mundiales. Son industrias artificiales, que a precios artificiales que nada tienen que ver con el mecanismo de la economía mundial, venden para un mercado artificial cuyo poder adquisitivo no se deriva de su capacidad propia de trabajo y producción sino del dinero petrolero que pone en manos de los consumidores un Estado pródigo.

La población es también artificial como su poder adquisitivo. En artificiales actividades de importación o de servicios crece una población que está en desequilibrio creciente con la capacidad efectiva de producción y de sustentación de la tierra venezolana.

El Estado es también artificial. Toda esa densa y costosa burocracia, todos esos múltiples y aparatosos servicios, no dependen ni de una riqueza fiscal sólida no de necesidades efectivas de la nación. La verdadera capacidad de producir riquezas de la nación no da para mucho más de un presupuesto de castos como el que teníamos en 1906. U presupuesto a lo sumo de ciento cincuenta millones de bolívares. Lo que gastamos hoy en cualquier Ministerio. Esos dos mil millones de bolívares que el Estado despilfarra hoy son artificiales. Es un chorro transitorio de bolívares que pasa sin detenerse, como un inmenso chorro de petróleo que estuviese abierto sobre el territorio venezolano corriendo torrentosamente hacia el mar.

Somos cada día una nación fingida. Nada de lo que tenemos tiene existencia y asiento real.

Esta es la gran cuestión, la única cuestión, la cuestión de vida o muerte que el destino ha planteado a los venezolanos de hoy. Hacer con el petróleo una nación real.

No disputar de bizantinismos, no embriagarnos de palabras vacías entre las bambalinas y los telones de esta nación fingida que estamos levantando.

Junto a esto, qué mezquino, qué pequeño, qué trágicamente descaminado, resulta el pintoresco debate político en que los hombres de la hora tienen engolfado al país.

Cuando la hora sería del despertar, del destruir mentiras, de la unidad de acción y de una bolivariana salvación de la nación.

Arturo Uslar Pietri

1949

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