El fin de la era petrolera puede venir en automóvil, por Juan Carlos Araujo S.

El fin de la era petrolera puede venir en automóvil, por Juan Carlos Araujo S.

Juan Carlos Araujo S.- La edad de piedra no se terminó por falta de piedras. Eso, precisamente, también se puede aplicar al petróleo que, lejos de terminarse, se han conseguido nuevas formas de extraerlo: desde el llamado fracking de yacimientos de esquistos, pasando por la explotación mar adentro, hasta las arenas bituminosas. Este nuevo despliegue de formas de extracción fue lo que causó la caída de los precios del petróleo en 2014.

No hay que ser economista para entender la situación, pues se trata de una simple correlación entre oferta y demanda: Cuando hay más gente dispuesta a vender determinado producto, el precio tiende a bajar porque el consumidor tiene más opciones. Pero el fin de la era petrolera puede venir por una relación inversa: ¿Qué pasa en un mercado si hay menos personas dispuesta a comprar un producto?

Los ciclos tecnológicos no tienen clemencia con nada, ni nadie. Nuestra generación ha sido testigo de más auges y caídas tecnológicas que ninguna otra en nuestra historia como especie. Vimos a los discos de vinilo pasar a ser ítem de colección, vimos el auge y estamos viendo la caída del CD, y vimos la extinción del Fax, el módem telefónico, los “beeper” o busca-personas y los diskettes. Precisamente, hoy estamos viendo cómo el automóvil tradicional, ese con motor de combustión interna, empieza a dar paso al automóvil eléctrico.

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La tecnología no es nueva, sus principios fueron desarrollados por Werner von Siemens y Nikola Tesla a finales del Siglo XIX, es más, los automóviles eléctricos han existido desde 1880. Pero avances en tecnologías de acumulación y administración de energía, el desarrollo de materiales más ligeros, diseños más aerodinámicos y la necesidad de reducir las emisiones de carbono han hecho que los automóviles eléctricos se hagan más económicos y eficientes. Y, aunque la adopción de este tipo de vehículos aún sea medianamente tímida, se estima que crezca de forma exponencial en los próximos años.

Ya General Motors, uno de los fabricantes más tradicionales de automóviles, ha anunciado que, en agosto de 2017, lanzará el Chevy Bolt, un automóvil familiar 100% eléctrico que costará alrededor de $30.000, más o menos lo mismo que un equivalente de combustión interna. También, para finales de año, se espera la salida al mercado del Tesla 3, el modelo que marca la tercera fase de Tesla Motors, empresa pionera del resurgir del automóvil eléctrico: Un modelo de alto volumen de producción y bajo costo. El vehículo fue anunciado en marzo del año pasado y ya hay medio millón de personas que han “apartado” uno para comprarlo apenas salga. A esto se suman los esfuerzos de varias empresas, tanto tradicionales como nuevas, para montarse en la ola.

La relación entre esta tecnología y el fin de la era petrolera es más que evidente: Para el 2012, 63,7% de la producción petrolera era destinada al transporte. De esta forma, si se aplica la llamada “curva S”, que es la proyección de adopción de nuevas tecnologías basada en experiencias pasadas como la televisión, el refrigerador y otras más (una modesta adopción al principio seguido de una adopción masiva a partir de cierto punto hasta que el mercado se satura), podemos esperar una adopción tan acelerada del automóvil eléctrico que el mercado petrolero podría colapsar por la dramática reducción en la demanda.

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Ya muchos países se están preparando para esta adopción, gracias a los incentivos fiscales federales establecidos por la administración Obama e incentivos fiscales en varios Estados de los Estados Unidos, el país norteamericano cuenta con una vasta infraestructura de cargadores para automóviles eléctricos que hacen posible un viaje desde Los Ángeles a Nueva York sin problemas. Muchos países europeos están desarrollando infraestructuras similares y los Emiratos Árabes Unidos están incentivando la adquisición y uso de automóviles eléctricos, además de muchas otras iniciativas que resultan paradójicas en un país petrolero.

Ante este panorama, los esfuerzos de la OPEP y algunos de los países petroleros no miembros del cartel por “defender” o “estabilizar” los precios del petróleo entre reuniones, acuerdos y cuotas, podían parecerse a un hipotético lobby de las empresas fabricantes de fax para evitar que el uso de Internet y el correo electrónico afecte su negocio. A estas alturas, lo mejor que pueden hacer las empresas y Estados del área petrolera es asumir la paradoja de sembrar el petróleo en el Siglo XXI y reinventarse como ya algunos están haciendo.



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