Ciudad a Lápiz: El Golpe de la insensatez, por Antonio Ecarri

Ciudad a Lápiz: El Golpe de la insensatez, por Antonio Ecarri

Antonio Ecarri Angola. – La sensatez se extravió. Quien nos trajo a esta crisis tan severa, no nos va a sacar de ella. En medio de la peor hecatombe social y económica que ha padecido el país en los últimos 80 años, se añade la demencial medida de atacar la esencia de la república: la soberanía popular.

Desde 1947, los venezolanos ejercemos la soberanía sin cortapisas ni obstáculos. El poder constituyente descansa sólo en el pueblo, sin ningún tipo de limitaciones. Convocar una constituyente por “sectores” o “corporativa”, condicionando la soberanía popular, sin que todos los venezolanos podamos votar y elegir, es cualquier cosa menos un llamado legítimo a la máxima instancia republicana.

Además de los pertinentes alegatos constitucionales, lo que más alarma es la situación social. Nicolás Maduro acaba de verter un camión cisterna de gasolina sobre una pradera en llamas. Es claro: Estamos al borde de un estallido social sin precedentes. Lo que ocurre en los sectores populares de Caracas no es juego y es muy complejo de entender.

Lo hemos advertido, el socialismo del Siglo XXI nos trajo de vuelta a las montoneras que habían quedado enterradas en el oprobioso y desgarrador siglo XIX. Bajo consignas del “pueblo en armas”  estos irresponsables armaron a la población civil y las consecuencias están a la vista: Caracas es la ciudad más violenta del mundo. Sin la crisis política, social y económica que hoy padecemos, las batallas campales en el Oeste de Caracas entre bandas y colectivos han durado hasta meses. Hoy, ese conflicto se agrava con la presencia de la denominada OLP, lo que ha recrudecido la violencia y por consiguiente, las víctimas, en estas zonas populares.

Este cuadro se hace más crítico, cuando la insensatez se apodera definitivamente del gobierno. Son ya cuatro años sin tomar ninguna medida económica coherente que compense la caída de los precios del petróleo y la ruina de la economía. Esta irresponsable omisión presidencial es acompañada con una terrible ausencia de políticas sociales, trayendo un descalabro  donde el 95% de la población está en riesgo de malnutrición, generando daños irreparables en la salud del venezolano. Niños y ancianos mueren de mengua en los hospitales por la ausencia de insumos y medicinas de las más básicas sin hablar de enfermedades crónicas que ameritan tratamientos especiales que son de imposible ubicación.

Frente a este dramático cuadro, el insensato e irresponsable presidente lanza una nueva medida que resalta por lo demencial: ataca la soberanía popular, para dictarse él mismo, a través del voto exclusivo de su ineficiente burocracia, una Constitución que le permita eternizarse en el poder, para seguir impulsando su modelo hambreador y atrasado que enriquece a su alto entorno sin ningún pudor.

Venezuela entró en caos. Sin Estado de Derecho, sin instituciones y con la república en jaque. El caudillismo, la montonera del siglo XXI, imperan en este arruinado país. Nadie, en sus cabales, puede violar la soberanía popular y menos teniendo apenas el 15% de aprobación del país. Quienes en el pasado intentaron hacerlo, Crespo, Andueza Palacio y más cerca, Pérez Jiménez, salieron muy mal parados y sus regímenes se vinieron a pique.

Hoy, el gobierno debilucho de Maduro entra en etapa terminal, llevándose por delante todo el sistema instaurado desde 1999. La Fuerza Armada venezolana pagará los platos rotos de este demencial modelo caduco sino actúa a tiempo, haciendo respetar el único pacto social que tenemos los venezolanos y de cuya vigencia depende la llegada de una hecatombe final: la Constitución. En 1957, el joven Luis Herrera Campins, exiliado en Munich escribió: “La responsabilidad de apoyar una opresión sólo se borra apoyando la reconquista de la libertad”.

Sólo el respeto a la soberanía popular y el camino del sufragio universal, directo y secreto nos sacará de este desastre, hacia allá deben estar encaminados todos los objetivos de esta histórica lucha. ¡Que Dios nos cuide!

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