Repensar la Educación, por Arturo Uslar Pietri

Repensar la Educación, por Arturo Uslar Pietri

Arturo Uslar Pietri.- Pienso que, entre las múltiples y variadas actividades de la UNESCO, que cada día se multiplican y se extienden, hay una que es fundamental y que debe constituir el tema básico de su reflexión y de su búsqueda.

Estamos en la víspera del año 2000, el comienzo del Siglo XXI, del inicio del Tercer Milenario de la Era Cristiana, y ya podemos vislumbrar con mucha aproximación lo que será el panorama del mundo a esa hora tan cercana.

No menos de 6.000 millones de seres humanos congestionarán el globo. Distribuidos desigualmente en diversos climas, regiones, culturas, formas políticas y sociales, mentalidades y creencias, pero, fundamentalmente, agrupados en dos categorías definidas. Una, la más poderosa y menos numerosa, constituida por aquellos países, en gran parte concentrados en el Hemisferio Norte, en América, Europa y parte de Asia, a los que llamamos de distintos modos: Países industriales o ricos, o desarrollados o avanzados; Otra, numerosa y extensa, que ocupa la mayor parte de Asia, África y la América Latina, y comprende los llamados países pobres, subdesarrollados, en desarrollo, no industrializados o, más simplemente, el Tercer Mundo. Hoy suman los dos tercios de la humanidad, mañana serán más de las cuatro quintas partes. Por una siniestra paradoja, el lecho del pobre es más fértil que el del rico.

La distancia entre esas dos porciones de la humanidad no sólo no tiende a disminuir, sino que aumenta cada día. No se sólo el paso de la pobreza a la riqueza, difícil de apreciar o medir en cifras o magnitudes, sino el más sutil y fundamental de la situación de pasividad recibidora a la de actividad creadora, de la de atraso a la de avance. Y esta ya no es una cuestión de Producto Territorial Bruto, ni de densidad de población, ni de nivel de gasto público. En los últimos años, desde la crisis energética hemos conocido países que han recibido descomunales aportes de dinero y continúan siendo estructuralmente pobres.

La diferencia básica reside en la capacidad creadora, en la mentalidad ante la vida y en la capacidad de conocimiento. El poder de los países desarrollados reside esencialmente en el monopolio del saber, la ciencia, la tecnología y la investigación que han llegado a adquirir y que, por su propio dinamismo, aumenta constantemente.

La gran cuestión que cada día se va a plantear de manera más aguda y trágica a los países atrasados es la de salvar el creciente foso de saber que los desventaja y retrasa con respecto a los desarrollados y poderosos. ¿Cómo lograr el acceso y la participación efectivos en el conocimiento y la creación científica y tecnológica y no en su mera utilización secundaria?

Eso implica repensar nuevamente todo el problema de la educación en las sociedades en desarrollo. Enfrentadas a la contradicción dolorosa y difícil de tener que dar cada día alguna educación, generalmente mediocre e incompleta, a una población creciente que aspira irracionalmente a un acceso general e ilimitado de todos a todos los grados académicos, y de la más alta calificación científica e intelectual, que puedan no solamente asegurar la incorporación y la participación a la creación científica y tecnológica universal, sino además dar la orientación necesaria para enfrentar los graves problemas del desarrollo frente a la masificación y la limitación de los recursos y las oportunidades.

Todo el problema del desarrollo de los países pasa por la educación. No basta ya con enseñar conocimientos más o menos útiles, en una forma insuficiente, al mayor número posible. Es necesario educar para la vida, para ser ciudadano del Siglo XXI, para entender el mundo que la estamos viviendo, sus desafíos, sus riesgos inmensos y sus grandes posibilidades, con una mente abierta, al día en la ciencia del día, y dirigida, fundamentalmente, a las necesidades y características de la situación local.

Resolver la grave contradicción que está planteada entre la masificación que tiende a degradar la educación y a hacerla ineficaz, y las exigencias de alta calidad del conocimiento en un mundo cada vez más exigente y difícil en materia científica y tecnológica. EL mundo de la electrónica, de la bioquímica, de la manipulación genética y de la telemática. La vieja cuestión de qué enseñar, a quiénes enseñar y para qué enseñar, debe estar hoy en el centro de las preocupaciones de los países en desarrollo, si es que piensan seriamente en hacer el duro esfuerzo necesario para salir de la dependencia y del atraso y acceder plenamente al saber, que es el nombre moderno del poder.

Las tentativas de planes de desarrollo del Tercer Mundo, en los últimos años, han estado lejos de ser satisfactorias. Muchas han terminado en frustración y en fracaso. Podría hacerse un triste inventario con los resultados de las reformas agrarias emprendidas con enorme esfuerzo y en nombre de los más generosos propósitos.

Tal vez el mal reside en que no se ha sabido comenzar por la educación. No por la extensión mecánica de una educación formal y neutra, copiada de alguna circunstancia social y culturalmente distinta, sino por una educación nueva, repensada y replanteada en términos de la realidad del mundo actual y de las características y posibilidades de los pueblos atrasados dentro de ese mundo complejo y desequilibrado, donde cada día más el saber es poder y se concentra en menos número de países y de hombres.

1979

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