El miedo a la verdad, por Arturo Uslar Pietri

El miedo a la verdad, por Arturo Uslar Pietri

Arturo Uslar Pietri.- Lo más grave de la grave crisis que hoy afecta a Venezuela en lo financiero, en lo económico, en lo político, en lo social y en todos los aspectos de la vida colectiva consiste, paradójicamente, en que la mayoría de los venezolanos no conoce las causas verdaderas de esa terrible situación y no puede, por lo tanto, enfrentarla con la decisión y eficacia necesarias para resolverla.

Por muchas razones, que no voy a enumerar aquí, no sólo el Gobierno y los partidos políticos no han sido capaces de explicarle con claridad al país la magnitud de la situación, sino que ha habido un evidente empeño de ocultar y disminuir para hacer creer que, con algunos correctivos superficiales, puede corregirse, sin faltar los calificativos de enemigos del país para quienes de esfuerzan en revelar la magnitud del riesgo.

Lo esencial del problema que atraviesa Venezuela reside en un hecho simple y perfectamente verificable. La disminución de los ingresos del Estado, provocada por la baja de los precios del petróleo en el mercado mundial, no permite que el sector público siga manteniendo, por medio de subsidios y divisas, la imposible pretensión, absurda desde todo punto de vista, de la apariencia de una vida económica y social normal. El resultado inevitable es un inmenso déficit del presupuesto, un crecimiento galopante de la deuda pública y la consecuente devaluación de la moneda nacional.

Para que Venezuela pueda salir de esta horrible situación debería comenzar por sincerar su situación fiscal y económica, ajustar los gastos al ingreso real por un proceso efectivo y razonable hasta alcanzar un equilibrio que le permita iniciar un desarrollo firme.

Con todo ello, sin embargo, hay una inmensa resistencia por parte del Gobierno y de los partidos políticos para realizar estos reajustes y por ello, en lugar de remediar la situación, se contribuye a que se continúe agravando y haciendo más compleja por la carencia de una respuesta adecuada. El Estado venezolano sigue vendiendo gasolina por la quinta parte de su costo, sigue subsidiando la mitad del precio de los pasajes del Metro de Caracas, subsidia numerosos precios de alimentos y mantiene intacta y hasta creciente una inmensa burocracia y una múltiple clientela creadora de enormes pasivos nacionales.

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Además, por el ineficiente sistema del control de cambios adoptado, el Gobierno le regala el equivalente de setenta bolívares a todo el que compra un dólar controlado, con lo que se le ha dado un inmenso ímpetu a muchas formas de enriquecimiento ilícito.

Hace apenas unos años se compraba un dólar por la cantidad de cuatro bolívares treinta. Hoy, en el mercado paralelo, ese mismo dólar cuesta no menos de doscientos treinta bolívares. No se necesita ir más lejos para darse cuenta del inmenso derrumbe que ha ocurrido en los mecanismos financieros del país.

Esta absurda resistencia a reconocer la verdad de la situación y a darla a conocer a la opinión pública es la causa principal de que o se puedan tomar las elementales medidas necesarias para enmendarla y que, en lugar de disminuir, siga creciendo en forma amenazadora cada día.

Para poder tener alguna esperanza razonable de enfrentar efectivamente la situación, habría que comenzar por darla a conocer a la opinión pública en toda su magnitud, para poder realizar las difíciles y costosas rectificaciones necesarias a fin de salir adelante. Sin ello, la crisis se seguirá prolongando y la situación del país se agravará, haciéndose cada día más difícil y costosa su resolución.

No parece sin embargo que, a pesar de toda la evidencia de los hechos, el Gobierno y los principales partidos políticos estén dispuestos a encarar con decisión la necesidad de darle a conocer al país los errores en que se ha incurrido y convocarlo al gran esfuerzo colectivo de sacrificios compartidos que sería necesario llevar a cabo para lograr un cambio efectivo de la situación. Al contrario, pareciera que están resueltos a mantener la absurda y ruinosa actitud, en espera de algún milagroso recurso no previsible, para no correr el riesgo del disgusto de los votantes. Así lo demuestra, con toda gravedad, el hecho de que ante la insuficiencia de los recursos ordinarios que el Estado tiene, no sólo se insiste en aumentar el endeudamiento sino que se está pensando peligrosamente en vender a futuro, que no es otra cosa que hipotecar el futuro, reservas de petróleo, yacimientos de oro y bosques madereros.

Este reconocimiento sincero de la verdad y esta convocatoria del país entero a las grandes rectificaciones necesarias es el único camino que Venezuela tiene para salir de la grave situación en que se encuentra.

Sería lamentable que los venezolanos de hoy no tuvieran el valor de hacerlo así. La posteridad no encontraría ninguna razón para justificarlo y aceptarlo.

3 de septiembre de 1995

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